Somos Tomodachi Primavera de 2016
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29Cuando en 2001, un año después de llegar a Japón, empezó a aprender a tocar el shamisen motivada por el deseo de aprender algo culturalmente distinto, la canadiense Maud Archambault poco podía pensar que eso la llevaría al escenario del tradicional mundo de la música folclórica japonesa. En los últimos 13 años esta oriunda de Quebec ha ganado numerosas competiciones de min’yo¯ (música folclórica), lo que le ha valido la atención mediática en Japón y otros países. Incluso copresentó un programa de música folclórica de difusión nacional. En 2014 se convirtió en la primera miembro no japonesa de la asociación de cantantes y bailarines folclóricos profesionales de Japón.Japón cuenta con una abundante variedad de min’yo¯, de la que cada región tiene su propio patrimonio de canciones y bailes. “El min’yo¯ y yo nos descubrimos mutuamente”, explica Archambault, apuntando que su introducción en este variopinto género musical tuvo lugar por etapas. Los instructores de la escuela de la prefectura de Saitama donde Archambault estudia no tardaron en reconocer su talento y la instruyeron gradualmente en los distintos aspectos de la música folclórica: instrumentos como el tambor taiko, junto con los distintos estilos de canto y baile del min’yo¯.La música folclórica ha pasado de generación en generación como una encarnación melódica de la cultura y la historia de cada región. “La música habla de distintos lugares y acontecimientos de todo Japón”, explica Archambault, observando que muchas de las canciones surgieron para marcar acontecimientos estacionales señalados en la vida de la comunidad. “Hay canciones sobre la recogida de las hojas de té y sobre la plantación de los arrozales”, explica. Y añade “Muchas son canciones de celebración que se interpretaban en festivales y otras ocasiones importantes”.Archambault es una experta música y bailarina de min’yo¯ que domina varios instrumentos así como las complejas técnicas vocales de la música folclórica. También se enfrenta al reto de cantar en varios dialectos locales. Pero su mayor talento —del que cuenta con una certificación profesional— es el minbu o baile folclórico. Empezó a estudiar ese arte en 2008, y desde entonces ha engrosado rápidamente su repertorio de bailes regionales.El minbu incluye una amplia gama de movimientos gráciles y fluidos, así como distintos atuendos. Archambault se enamoró de estos aspectos, pero dice que lo que más disfruta es la oportunidad de expresarse. “Cada canción tiene posturas definidas, pero la forma de enlazarlas para expresarlas se deja a tu interpretación”.Uno de sus bailes favoritos es el Tsugaru Oharabushi, una extravagante pieza del norte de Honshu¯ que se interpreta con un paraguas tradicional (kasa) y un abanico (sensu). Los accesorios son comunes en el minbu y sirven para apoyar la narración de los artistas.Más que un simple espectáculo visual, el baile folclórico es también una forma tradicional de conectar con los demás, como pasa en los festivales locales de bon odori que se celebran en verano por todo Japón. “Cuando bailamos todos juntos, la energía de cada uno fluye y se comparte”, afirma Archambault.Archambault busca aprovechar este aspecto de comunión para difundir el conocimiento del min’yo¯, que lamenta que se haya ido perdiendo con los años. Junto con las actuaciones, que sirven para introducir a los neófitos en su arte, Archambault celebra pequeñas reuniones para instruir a extranjeros y japoneses sobre el min’yo¯, además de organizar talleres previos a los festivales.Archambault no desfallece en su ambición de multiplicar sus actuaciones en Japón. Espera acabar exportando la música folclórica japonesa al extranjero, pero advierte: “Me gustaría empezar enseñando el min’yo¯ a los extranjeros que viven aquí”.Compartir el min’yo¯, la música folclórica tradicional de Japón

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